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LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y SU REPERCUSIÓN EN EL ECUADOR[1]


Han pasado largos años ‒largos de dolor y sufrimiento para el pueblo español‒ desde que esa comandita execrable de fascistas, Franco, Mussolini y Hitler derrotan y sepultan su República, que nacía, bajo un signo de esperanza.

Este triste episodio, para muchos ecuatorianos que iniciamos nuestra lucha por un mundo de justicia en el lapso que dura la guerra española ‒1936 a 1939‒ tiene un especial significado, que lo hace inolvidable. Representa, algo así, como el calendario de nuestros primeros combates. Un período de ardiente aprendizaje, con lecciones de heroísmo recibidas por el cable, desde Madrid, desde la Sierra del Guadarrama, desde todo sitio donde se halla el 5º Regimiento. Una etapa de grandes emociones: de alegría incontenida cuando hay victorias de las armas republicanas, y de tristeza inmensa, cuando viene la derrota.

¡Tanto qué recordar! Para muchos estudiantes, los problemas matemáti­cos y las reglas gramaticales habían perdido su importancia, y por eso pedíamos a los profesores que nos hablen de España, que nos digan qué se podía hacer para detener a las hordas falangistas, qué para castigar sus crímenes y mitigar el llanto de las inocentes víctimas. Nuestras demandas son oídas casi siempre. Un profesor de música ‒presente ahora en la memoria‒ incapaz de imponer disciplina cuando trata de escalas y sonidos, es escuchado y aplaudido cuando se refiere a los héroes que en los campos de batalla, silenciosamente y sin alardes, dan sus vidas por una patria nueva. Y después, a la salida de las aulas, el mitin callejero, el grito ensordecedor de ¡Viva la República! Y el recibimiento a pedradas a la Misión Militar Italiana, representante de las tropas de camisas pardas que tiñen en sangre los campos de Castilla, donde otrora el Quijote, con locura de nobles ideales, desfacía entuertos y fustigaba malandrines!

El desastre, cuando llega, para todos es una tenebrosa noche. Pero como toda noche, transitoria. La fe, nacida en el ejemplo de los combatien­tes de Líster y Modesto, resulta inextinguible...

Y al estallar la segunda guerra ‒consecuencia directa de los acon­tecimientos españoles‒ nuevamente, casi sin transición, se reinicia la lucha contra el fascismo brutal e inhumano. Esta lucha, para nosotros, está ligada al recuerdo de España. El periódico Surcos órgano de la Federación de Estudiantes Universitarios, es quizá el portavoz de la generación forjada en tiempo de la brega antifranquista. Por eso, en ninguno de sus números falta le reminiscencia de la anterior contienda, el artículo dedicado a sus héroes y a sus mártires, los versos de fuego de Neruda o la estrofa del doliente Vallejo. Siempre, presente España.

Ahora queremos hablar de ese tema entrañable y nunca olvidado. Decir algo, sobre la repercusión que tiene en el pueblo ecuatoriano la Guerra Civil Española.

* * *

El peligro fascista no es desconocido para los hombres y partidos democrá­ticos del Ecuador. Sus horrendos crímenes ‒el asesinato de Mateoti y el incendio del Reichstag para no citar sino los de mayor resonancia inter­nacional‒ ponen al descubierto su verdadera faz de enemigos de la humani­dad. Y a esto se suma la voz esclarecedora y permanente de la Internacional Comunista, que, llegada hasta nuestras organizaciones revolucionarias, se expande en amplios sectores como norma orientadora.

Nada extraño, entonces, que, cuando adviene la rebelión de Franco y se produce la intervención abierta de Italia y Alemania, se pueda formar con rapidez un importante frente de lucha antifascista, donde se aglutina lo mejor de nuestro pueblo: los partidos populares que miran el futuro, los trabajadores que combaten contra la explotación y la miseria, los hombres y mujeres que piensan con altura, simplemente.

Honra es para el país, el hecho de que lo más selecto de la intelec­tualidad esté al lado de la causa republicana, poniendo en tensión todo su espíritu y dando muestras de una combatividad como pocas veces ha sucedido en nuestra tierra. En esta ocasión, el arma específica del escritor, su pluma, inspirada en ideal tan nobilísimo, sabe encontrar las formas más adecuadas y certeras para golpear al enemigo. El verso que emociona y llega al corazón, el drama que nutre su acción con el heroísmo de los campos de batalla, el artículo orientador que explica los móviles de la lucha, transformados en fusiles efectivos, cooperan con gallardía en el combate.

El poemario titulado Nuestra España, es en este aspecto, un verdadero índice de la actitud de los escritores y artistas ecuatorianos, pues constan allí una gran parte de sus nombres, que vale la pena recordarlos ahora como justo homenaje a una postura correcta y decidida.

Estos son los poetas:

Gonzalo Escudero

Jorge Carrera Andrade

Abel Romeo Castillo

Enrique Gil Gilbert

Jorge Reyes

Manuel Agustín Aguirre

Aurora Estrada y Ayala

Alejandro Carrión

Augusto Sacoto Arias

Pedro Jorge Vera

Jorge I. Guerrero

G. Humberto Mata Ordóñez

Nelson Estupiñán Bass

José Alfredo Llerena

Humberto Vacas Gómez

Atanasio Viteri

Hugo Alemán

Gonzalo Bueno

y estos los artistas:

Eduardo Kingman

Alfredo Palacio

Alba Calderón

Galo Galecio

Leonardo Tejada

Diógenes Paredes

Además, se señala en nota especial, que no constan los poemas de Augusto Arias, Antonio Montalvo, Miguel Angel León, Eduardo Mora Moreno y Carlos Manuel Espinosa, así como las ilustraciones de los artistas Sergio Guar­deras, Guillermo Latorre y Enrique Guerrero, por no haber llegado con la debida oportunidad.

El poemario es, por decirlo así, un inmenso mural de la titánica lucha de los frentes de España, con el heroísmo ardiente de sus hombres y mujeres, con sus ciudades destruidas y sangrantes, con Güernica allí, crucificada, como símbolo de la barbarie máxima. Es testimonio del hondo, del hondísimo dolor que produce el llanto de los huérfanos, de ese sufrimi­ento sin palabras que ensombrece la faz de la esposa convertida en viuda, o de la pena seca de lágrimas, del soldado sin madre. Y es también, no obstante la tragedia que ya se vislumbra, una reafirmación de fe en el triunfo y en el futuro del hombre.

Así, por ejemplo, Manuel Agustín Aguirre, canta al heroísmo:

Pueblo heroico de España, brazo y perfil de piedra,

muro donde se rompe su cráneo el viejo mundo.

Por las puertas de sangre de las vidas que se abren,

entran niños vestidos de luz recién nacida.

Pueblo de las mujeres heroicas -Pasionaria-:

ríos de sangre y leche, ríos de leche y sangre.

Un batallón de Soles se adelanta cantando,

mientras los días agitan sus espadas brillantes.[2]

Aquí, la angustia y la solidaridad humanas en la voz de una mujer, Aurora Estrada y Ayala, exquisita expresión de ternura y sensibilidad:

Habíamos olvidado el llanto....

Hoi vuelve a cavarnos surcos en la cara,

más amargo y ardiente,

más corrosivo aún,

porque el martirio de vuestros hijos

nos hiere en la raíz de la Vida

y golpea en nuestra sangre de trabajadoras! [3]

Y, por fin, la esperanza metida en el alma, el no pasarán resonante en el verso de Hugo Alemán:

Ni la destrucción de las ciudades y los campos.

Ni el asesinato procaz de ancianos, niños y mujeres

han podido vencer la resistencia y el vigor proletarios.

Como un escupitajo, los soldados leales, los soldados españoles,

les han lanzado al rostro patibulario

la frase sustantiva, lapidaria y eterna:

"NO PASARÁN"!!! [4]

Ved, como toda una generación de poetas, desdeñando la torre de marfil y poniéndose al lado de la justicia, hallan inspiración y elevan su calidad como humanos y como artistas. Desgraciadamente, algunos de ellos, han olvidado ese camino. Pero sus nombres están allí, para que se sepa, que no siempre fueron como hoy.

Pero no sólo son los cantores de Nuestra España los que combaten. Otros intelectuales, por diferentes medios, hacen oír su voz de aliento y prestan su contingente a la causa republicana. Su labor merece todo encomio. Escriben en las revistas de las sociedades culturales a que pertenecen, dictan conferencias donde se los oye, militan en los comités políticos de lucha antifascista. Allí está, por ejemplo, nuestro inol­vidable Joaquín Gallegos Lara, protestando contra la infamia franquista en el artículo periodístico o gritando su palabra de verdad en el seno de los sindicatos. Allí está, con el puño en alto. Están los novelistas Jorge Icaza ‒el de Huasipungo‒, Pablo Palacio ‒el de Débora‒, y Alfredo Pareja Diezcanseco ‒el de El muelle y La Beldaca‒ que en Guayaquil publica con Vera la revista España Libre en defensa de la causa republicana. Están los ensayistas Manuel Benjamín Carrión, Raúl Andrade, Ignacio Lasso y Humberto Mata Martínez. Hombres de ciencia como Jorge Escudero y el doctor Julio Arauz. Y muchos otros que sería largo enumerar.

Mención especial merece Demetrio Aguilera Malta que dedica todo su talento y actividad a la defensa del pueblo español.

Tres obras, nada menos, son el fruto de su trabajo y entusiasmo. La revolución española ‒publicada en la colección de Manuales de Iniciación Cultural dedicado a los trabajadores del Ecuador‒ es una síntesis ágil de los últimos años de la historia de España hasta desembocar en el alzamiento falangista y la resistencia épica de los milicianos, que en cada rincón de la tierra ibera, con la ofrenda de sus vidas, quieren apuntalar la vida de la patria. Madrid ‒Reportaje novelado de una retaguardia heroica, no obstante ser obra de ficción, es en realidad, fiel y patético cuadro de la defensa asombrosa de esa ciudad mártir, donde el crimen y la saña fascista sólo consiguen renovar y acrecentar el coraje popular. Y finalmente la emotiva tragedia titulada España Leal ‒puesta en escena en algunas ciudades ecuatorianas‒ es la representación, y la sublimación también, a través de la bella figura de Paca Solana, de la heroicidad del pueblo madrileño. Teatro y poesía aquí se unen, en conjunción armoniosa, para hacer florecer la emoción del público. El novelista y dramaturgo, tiene entonces que recordar sus primeros tiempos de poeta ‒el de la Canción de los mangleros‒ para cantar en el romance de los Coros:

Dónde vas Paca Solana?

Dónde vas con tu vaivén?...

Voy a salvar los heridos.

Los moribundos también.

No soy dueña de mi vida,

ni de mi flor de mujer.

En la puerta de Toledo

mi existencia abandoné.

En Madrid lo dejé todo

al venirlo a defender...

Y si la muerte me espera,

triunfo y la gloria, también.

Se iluminó la trinchera

con la estela de sus pies.

Despetalaron sus pechos

milicianos de clavel.

Aceros de baterías

se los miró enrojecer.

Se estremeció el regimiento,

roja angustia, hecha lebrel,

Y se fue Paca Solana.

Se fue para no volver!...[5]

Nela Martínez

Luisa Gómez de la Torre con Dolores Cacuango

También, como es obvio, no puede faltar el apoyo abnegado y decidido de la mujer ecuatoriana. Están en todos los frentes de trabajo. Aquí sólo queremos recordar la solidaria tarea que realiza “Socorro Rojo”, movimiento creado al igual que los demás países de nuestra América, para reunir medicamentos, y todo cuanto pudiera servir a los combatientes republicanos españoles. En Guayaquil, con la gallardía y simpatía que le caracterizan, cumple este papel Ana Moreno Franco. Y en Quito son Nela Martínez y Luisa Gómez de la Torre, las que se destacan en esta elevada labor fraterna de singular importancia.

* * *

La manifestación realizada en Quito el 6 de febrero de 1938, se convierte en una demostración masiva de la simpatía del pueblo ecuatoriano a la causa republicana. “La reunión de ayer tarde en la Plaza Arenas de esta ciudad ‒se dice en el periódico liberal El Día‒ constituyó la más grandiosa expresión de adhesión a la democracia y al gobierno legítimo de España, que representa la voluntad mayoritaria del pueblo español”.[6]

Están presentes en el acto los partidos políticos democráticos: Partido Comunista, Partido Socialista y Vanguardia Revolucionaria. Están estudian­tes y obreros de los sindicatos. Y envían su adhesión fervorosa entidades culturales como el Sindicato de Escritores y Artistas, Grupo América, Entelequia, Sociedad de Artistas y Cuadernos Pedagógicos.

El doctor Pablo Palacio, uno de los oradores, dice:

La España leal está actualmente defendiendo la causa de la libertad mundial. De ella depende el futuro de la democracia, siempre en ascenso, en sus varias formas, hacia el fin de la igualdad huma­na, que es el ideal que todo ser racional prefiere. Nuestro deber es ensalzar a España leal, prestarle todo el apoyo que nos sea posible, ponernos a su lado, que es el lado de los verdaderos hombres.[7]

Y esto es comprendido con claridad por toda la multitud, que late y vibra pensando en la nobleza de la causa que defiende y que la siente ‒porque así es‒ como suya propia.

Empero no se crea que las fuerzas contrarias, las fuerzas clericales y fascistas nacionales, están cruzadas de brazos.

Disponiendo como disponen de cuantiosos medios económicos, inundan el país de propaganda falangista. Es un verdadero aluvión de impresos donde todo tiene cabida: desde la mentira más absurda, hasta la calumnia baja, rastrera y pestilente. Aprovechando la ingenuidad e ignorancia de los fieles, inventan el cuento de la violación masiva de monjas, el cuento del bolchevique que bebe la sangre de los obispos. Ellos dirán: ¡el fin justifica los medios!

Mas a veces, cansados de la bazofia y la calumnia, tratan de elevarse un tanto y recurren a la literatura. El folletito denominado A los héroes del Alcázar de Toledo ‒editado por el grupo falangista “Juventud Nueva”‒ resume toda esa rica producción. Y allí, hay, hasta teatro y poesía.

Un jesuita, César Orbe, escribe el drama titulado “El nuevo Guzmán El Bueno”, que no es otro que Moscardó, representado en escena nada menos que por el artista Jaime Acosta Velasco, actual banquero multimillonario. Los otros personajes de menor categoría, son representados por alumnos del colegio San Gabriel.

Y el poeta ‒quien lo creyera‒ es el actual doctor Leonardo Moscoso Loza, abogado de la Curia y dirigente político socialcristiano, que escribe una “Plegaria a la Dolorosa de los falangistas del Guadarrama”.

He aquí una muestra, la más alta de su poesía:

¡España...! Nación hidalga de legendaria grandeza,

Modelado por los siglos en ingénita realeza,

Que en otra hora eras emblema de paz y religión...

De esa paz que reflejaban tus claustros y tus santuarios,

Que resonaba en los ecos de vetustos campanarios

Que ahora son mudos testigos de tu nueva redención.[8]

A este embate de las fuerzas de derecha se une la ingrata opresión gubernamental durante la dictadura del ingeniero Federico Páez que, por felicidad, no dura mucho tiempo. No queremos sino citar un solo caso de esta hostilidad manifiesta:

El Gobierno ‒dice el diario El Comercio de Quito‒ disuelve por medio de la fuerza pública la Asamblea de Trabajadores e intelectuales que trata de organizarse en la Casa del Obrero en adhesión del Frente Popular Español. La invitación a tal Asamblea lo hacen los Partidos Socialista, Comunista y Vanguardia.

Hay dos camiones con presos.[9]

¡Y pensar que el ingeniero Páez se decía socialista!

Así, entonces, la lucha entre la democracia y el fascismo en el Ecuador.

Hasta que España, la España heroica, traicionada vilmente por las llamadas democracias ‒Estados Unidos, Inglaterra y Francia‒ entregada al enemigo por un coronel Casado, tiene que cesar el combate.

Día negro para los pueblos del mundo ese de marzo de 1939. Y por qué no decirlo, para los ecuatorianos demócratas, es día de pena honda, día en que las lágrimas difícilmente pueden contenerse. Día de pena larga que perdura todavía.

Nuestra frase indígena, anocheció en la mitad del día, ¡que bien cuadra para esta aciaga fecha!

* * *

Al cabo de muchos años de los hechos recordados ha llegado a nuestras manos el bello libro de la Pasionaria, El único camino.

Más que leer sus páginas, las hemos vivido, o revivido, mejor dicho. Están allí tantas cosas conocidas y queridas, tantas cosas grabadas para siempre en la memoria, que hemos recorrido sus líneas con la respiración entrecortada, con el alma conmovida. Cosas unas grandiosas, con tamaño de epopeya, otras pequeñas y simples, pero igualmente adentradas en la corriente de la sangre. Por ejemplo, esa cosa tan sencilla como la música de la canción del 5º Regi­miento, que cuando se la oye ‒porque se la oye‒ sonando suavemente en cada capítulo de la obra, evoca por fuerza mil imágenes admirables y entraña­bles, símbolos de valor, de abnegación, de desinteresado sacrificio. Y las cosas grandes a su lado. La llegada de las Brigadas Internacionales ‒con hombres de todas las razas y naciones‒ representación anticipada de una futura confraternidad humana en el marco de la igualdad y la justicia. Y las figuras queridas de José Díaz y la Pasionaria, señalando en el fragor de la batalla, el camino del pueblo.

Hemos recorrido nuevamente los antiguos campos de combate. Hemos presenciado, como antaño, el éxodo triste de inocentes niños, caminando hacia lo desconocido sin la guía de sus padres, sin el amor inmenso de sus madres, quedados atrás, para siempre, en la trinchera. Hemos visto el resplandor de las ciudades bombardeadas, alumbrando escenas que nunca deben ser vistas, escenas macabras de cuerpos mutilados y vidas arrancadas con el garfio de la fuerza bruta. Y todo esto con la música de fondo ‒con el requiem‒ del arrullo lastimero del Guadalquivir y del Guadiana.

Pero al lado del recuerdo ‒y esto es lo más importante‒ también hemos remozado nuestra fe en el porvenir. Porque el libro de Dolores Ibarruri tiene la virtud de hacer brotar la fe y dar alas a la esperanza. Fe y esperanza en la Nueva España, caminando por el único camino que ella nos señala: “el camino de la lucha por la democracia, por la paz, por el socialismo”.

Que esta fe sea nuestro tributo a los héroes de esa heroica guerra.

[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Páginas de la historia ecuatoriana, t. II, Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2007, pp. 207-219.

[2] Varios, Nuestra España. Homenaje de los poetas y artistas ecuatoria­nos, Editorial Atahualpa, Quito, 1938, p. 43.

[3] Idem, p. 25.

[4] Idem, p. 56.

[5] Demetrio Aguilera Malta, España leal, Talleres Gráficos de Educa­ción, Quito, 1938, pp. 6-7.

[6] El Día, Quito, 7 de febrero de 1938.

[7] Amigos de la España Leal, Por la España Leal, Imprenta Fernández, Quito, 1938, p. 53.

[8] Varios, Los héroes del Alcázar de Toledo, Editorial Ecuatoriana, Quito, 1937, p. 49.

[9] El Comercio, Quito, 22 de agosto de 1936.

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